miércoles, 4 de noviembre de 2009

Algunos Mitos

Algunos Mitos

Distintos autores han señalado el valor de los mitos culturales acerca de la violencia hacia la mujer, como elementos perpetuadores del problema. Precisamente, una de las características definitorias del mito es su resistencia al cambio; la fuerza del mito reside en que es invulnerable a las pruebas racionales que lo desmienten. En el caso de la violencia doméstica, los mitos cumplen tres funciones:
*Culpabilizan a la mujer (mitos acerca de la provocación, el masoquismo, etc)
*Naturalizan la violencia (“el matrimonio es así”, “los celos son el condimento del amor”)
*Impiden a la víctima salir de la situación (mitos acerca de la familia, el amor, la abnegación, la maternidad, etc)


Las dificultades para identificar el problema de la violencia hacia las mujeres

Desde un punto de vista histórico, la dificultad para la comprensión y el reconocimiento de la violencia hacia las mujeres ha sido estructurada a partir de dos procesos básicos:
-el proceso de invisibilización
-el proceso de naturalización
Con respecto al primero, podemos considerar que la visibilidad de un fenómeno depende de una serie de factores que determinan la percepción social. Para que un objeto resulte visible o invisible, tenemos que examinar dos condiciones fundamentales:
-que el objeto tenga inscripciones materiales que lo hagan perceptible
-que el observador disponga de las herramientas o instrumentos necesarios para percibirlo.
Con respecto a las acciones violentas y sus consecuencias, durante la mayor parte de la historia, solamente se consideraron los daños materiales producidos por la violencia. En el caso específico de la violencia interpersonal, se consideró como daño sólo aquel que tuviera una inscripción corporal y durante mucho tiempo permanecieron invisibles todas aquellas formas del daño que no eran sensorialmente perceptibles.
Uno de los mayores obstáculos epistemológicos que se encontraron y se encuentran en este camino de desandar la invisibilización histórica del problema es la noción de “familia”, entendida como el espacio privado por excelencia, como concepto abstracto y sacralizado. Desde la visión moderna y religiosa de la familia, se la definió como un lugar idealizado, como un contexto nutricio, proveedor de seguridad, afecto, contención, límites y estímulos. Esta visión sesgada de la realidad familiar retrasó en muchos años la posibilidad de visibilizar la otra cara de la familia, como un entorno potencialmente peligroso en el cual también se pueden violar los derechos humanos, en el que se puede experimentar miedo e inseguridad y en el que se aprenden todas las variaciones de resolución violenta de conflictos interpersonales.
El proceso complementario de naturalización de la violencia se apoya básicamente en algunas construcciones culturales de significados que atraviesan y estructuran nuestro modo de percibir la realidad. Entre ellas podemos citar como relevantes:
-las concepciones acerca de la infancia y del poder adulto
-los estereotipos de género
-la homofobia cultural
-la concepción maniquea acerca de “lo bueno” (nosotros) y “lo malo” (las otras)
La naturalización de la violencia suele traducirse en expresiones populares que recogen la pauta cultural legitimadora (“la letra con sangre entra”, “una buena paliza a tiempo evita problemas”, “a las mujeres hay que tenerlas cortitas”, “aquí falta una mano dura”, etc). De ese modo, las víctimas suelen quedar atrapadas en medio de un “consenso” social que les impide ser concientes de sus derechos y del modo en que están siendo vulnerados.

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